martes, 23 de noviembre de 2010

Holanditis


La primera vez que visité este país del que apenas sabía sobre su capital Amsterdam en la que las drogas son legales y un lugar llamado Gouda en el que se fabrica un estupendo queso, fue cuando me lancé a la aventura en el verano de 2008 y decidí hacer el Interrail con cuatro amigas durante 15 inolvidables días por el centro de Europa, entre los destinos de dicho viaje estaba por supuesto Amsterdam, el lugar donde la libertad parece llegar a su máxima expresión.

Allí pasamos dos días, sin lugar a duda no el suficiente tiempo como para poder descubrir interesantes lugares más allá de las típicas atracciones turísticas ni suficiente tiempo para conocer en profundidad la cultura y sociedad holandesa. Pero sí fue el tiempo necesario para que la capital de los Países Bajos me enamorara, y si debo exponer razones por las cuales me quede prendida de ese lugar, me quedo en blanco, fue un sentimiento que me nació en ese preciso momento y en ese preciso lugar. Quizás fuera el precioso centro histórico de la ciudad, construido en gran parte en el siglo XVII, quizás fuera la atmósfera artística que se respira y la sensación de saber que en muchos de los rincones de esa ciudad habían vivido artistas como Van Gogh y Rembrandt, saber que en alguna casa a pie de canal se había refugiado aquella niña llamada Anne Frank, quizás la percepción de libertad y multiculturalismo que tuve en sus calles, bien su original arquitectura con sus torcidas casas y grandes ventanales, o puede que fueran las millones de bicicletas que veloces cruzaban los canales en esos soleados días de julio y hacían imposible un relajado paseo para el viandante...